LOPERA, UN FRENTE DEFINITIVO

La guerra golpeó a Jaén como al resto de poblaciones españolas. Nada más estallar el conflicto, la provincia, por su situación estratégica, quedó en primera línea de frente durante toda la guerra, más de tres años. Nuevamente Jaén se convertía en llave de paso hacia el Norte peninsular. A finales del 36 el Frente Andaluz tenía carácter secundario. Queipo de Llano, al frente de las tropas sublevadas, estableció un plan para avanzar por las provoincias de Jaén y Córdoba, en la conocida como «Campaña de la Aceituna» para apropiarse de los pueblos productores de aceite, tomar el salto de agua del Carpio para el suministro eléctrico y establecer un corredor de seguridad para rescatar a los atrincherados que resistían en el Santuaripo de la Virgen de la Cabeza y tomar y controlar la carretera y el ferrocarril que comunicaba Madrid.

Cuando comenzaba aquel verano de 1936, el panorama político de Jaén estaba compuesto por el Frente Popular, que agrupaba a diversas organizaciones de izquierda, la cual estaba fuertemente unida y cohesionada, hecho que a la postre sería clave para que el alzamiento fracasase en la provincia. La derecha, aún no se había repuesto de la derrota en las elecciones de febrero de ese mismo año, y poco a poco se va decantando hacia posiciones golpistas. La tensión, como en el resto del país va en aumento, por un lado una izquierda fuertemente concienciada y dispuesta a no dejar pasar una segunda oportunidad para iniciar fuertes reformas y por otro una derecha temerosa, desunida y timorata, que esperaba a la defensiva el devenir de los acontecimientos. La cúpula militar, por su parte había sufrido grandes cambios, pues muchos mandos fueron relegados de sus puestos.

Las agrupaciones de derechas estaban formadas por Falange que tenía afiliados en bastiones importantes como Torredonjimeno, Cazorla, Martos y Linares, también por las Juventudes de Acción Popular, la Federación Provincial de Labradores y mantenían a su vez, contactos con la Guardia Civil a través de su capitán Rodríguez Cueto. Esta formación, avisada de un posible alzamiento, comenzó a organizarse a través de reuniones que se celebraban en el desparecido Hotel Francia, en Jaén, constituyéndose así la llamada Junta del Alzamiento. La izquierda que no se encontraba ajena a estos movimientos, inició una campaña de sensibilización y preparación en caso de alzamiento. Para ello el Diputado Comunista Uribe, había recorrido los pueblos y ciudades de Jaén, los días anteriores alertando de una posible sublevación, animando además, a una respuesta armada.

Los teléfonos están bloqueados, el Gobernador Civil Rius Zunón permanece en la sede del Gobierno Civil reunido con la práctica totalidad de los dirigentes de la capital. Las noticias sobre la sublevación poco a poco van llegando a través de una radio que se convirtió, así, en el único medio de comunicación para la desconcertada población. La tensión y el trasiego inunda la ciudad, los hortelanos de San Ildefonso suben por la Carrera y la Alcantarilla, con picos y azadas en sus manos, la población poco a poco se va reuniendo en Roldán y Marín, Plaza de San Francisco y junto a la Catedral. Con gestos serios y preocupados, muestran su nerviosismo ante la inminente noticia que se adivina.

Cuando se conoce que Queipo de Llano, Jefe de Carabineros republicano, finalmente ha decretado el estado de guerra en Sevilla, el Comité del Frente Popular convence al Gobernador Rius para que entregue armas al pueblo, ante la más que posible llegada de un ejército armado a la capital. En ese momento el Gobernador Rius envía un telegrama al Gobierno Central, mostrando se adhesión a la República, fechado a día 18 de julio, convirtiéndose en la primera muestra de lealtad al gobierno España, y siendo además, el primer gobernador en entregar armas al pueblo de toda la geografía peninsular. La derecha por su parte, reunida en el Hotel San Francisco no secundó el alzamiento, pero tampoco entregó las armas que estaban en poder de la Guardia Civil, por lo que ésta tuvo que refugiarse en el Santuario de Andújar.

El General Mola había diseñado para la Segunda Región Militar, que era Andalucía, un plan que finalmente se vino al traste, ya que se contó desde un primer momento con que las provincias del Sur, tendrían un papel pasivo y si bien no secundarían el alzamiento, tampoco les harían frente. El plan inicial de Mola consistía en iniciar una serie de levantamientos en puntos clave de la geografía nacional de manera organizada y coordinada para acabar tomando Madrid de la manera más rápida y menos costosa. Pero lo ocurrido en Jaén hizo que la estrategia tuviera que replantarse. No se había contado con las fuerzas africanas como las protagonistas en el avance a Madrid, pero se hubo de recurrir a ellas tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos. Mola decide entonces que dos columnas mixtas formadas por africanos y legionarios desembarquen en Málaga y Algeciras. Una avanzaría hasta Córdoba a través de Antequera y Lucena, y la otra se les uniría en la ciudad califal tras pasar por Jerez y Sevilla.

Desde Córdoba y tras ir engrosando sus tropas, sin detenerse mucho tiempo en someter a las plazas que no les secundaran, atravesarían Despeñaperros para entrar en Madrid por el Sur. Pero no contaron con la resistencia que ofreció Jaén, la cual cerró el paso hacia el Norte. Es aquí cuando Franco pronuncia su conocido “Jaén me quita el sueño” ya que tuvo que olvidarse del paso de Despeñaperros para avanzar por Extremadura, protegiéndose así el flanco portugués del que posiblemente recibiría apoyos.

El 19 de julio el Gobernador Civil de Córdoba se rinde y ésta se adhiere a los rebeldes, por lo que desde Jaén se organiza una milicia para hacer frente y tratar de frenar el fulgurante avance que se avecina. Se crea así la “Columna Andalucía” formada por unos mil quinientos hombres entre los que había mineros de Linares, campesinos de Porcuna, Marmolejo, Martos, Bailén, etc. la columna toma la carretera nacional y pronto afirman posiciones estratégicas en el valle del Guadalquivir como Alcolea, Villa del Río, Montoro, El Carpio, Espejo y Castro del Río. En la toma de estas plazas destacaron los dinamiteros de Linares y de La Carolina, aunque la variopinta tropa carecía de formación y disciplina castrense adecuada a la situación. El mismo Franco el 1 de agosto, volvía a escribir a Mola en estos términos “la situación en Andalucía se hace dura, especialmente en el frente de Córdoba.”

A pesar de que los milicianos de Jaén y Córdoba consiguen detener el avance de las tropas rebeldes, se está perdiendo un tiempo crucial, pues el resto de las tropas sublevadas van llegando a Córdoba, tal y como lo planeó en segunda instancia Mola. Saez de Buruaga llega con más africanos y engrosa las pocas tropas que quedaban en Córdoba y a las cuales hubiera sido posible someter de haber contado con apoyos desde un Gobierno central de Madrid que estas alturas aún intentaba negociar con los sublevados y no se mostró decidida en sus movimientos. Finalmente, el día 21 desde el Gobierno nombran al General Miaja para que dirija una columna y se encamine hacia Córdoba a fin de contener el avance. Es en Andújar, donde se dan cita la Plana Mayor de Miaja junto con otros dos mil milicianos armados con los fusiles “los naranjos” apropiados en el asalto al Cuartel de la Montaña de Madrid. Otro episodio impactante. A éstos se les unieron voluntarios venidos de buena parte de la provincia. El contingente lo completaban los brigadistas que habían sido formados en Albacete.

Los días siguientes de julio fueron testigos del imparable avance Guadalquivir arriba, de las tropas sublevadas. Mientras la columna Miaja ultimaba su estrategia, en Jaén se defendía a ultranza la República, mientras que los estratos más conservadores huían a la sierra o se escondían en sus casas para evitar ser conducidos a las cárceles habilitadas en la Catedral. En algunos casos fueron conducidos a los muros del cementerio de San Eufrasio para ser ejecutados con un tiro en la nuca. Las cartas quedaron definitivamente sobre la mesa cuando las tropas rebeldes comprendieron que Jaén era un impedimento grave para el plan de sublevación. Miaja contenía como podía el avance desde el Oeste de las tropas de Queipo de Llano, con una variopinta milicia frente a las disciplinadas y curtidas tropas regulares africanas. El general otrora republicano deseaba tomar las tierras del Santo Reino por una cuestión muy simple, la cosecha de aceituna.

La cosecha de aquel invierno del 36 se presentaba abundante y muy apetecible para sufragar los gastos de una contienda que se estaba demorando más de lo previsto. Los molinos y almazaras habían quedado repletos y la situación impedía que los trabajadores continuasen con la labor de producción oleícola. Un bocado muy apetecible para Queipo de Llano. Su plan consistía en avanzar hasta el corazón de la provincia apropiándose de los pueblos productores de aceite tanto de Jaén como de Córdoba y de paso, establecer un corredor de seguridad para rescatar a los insurgentes que resistían en el Santuario de la Virgen de la Cabeza. Y como triple objetivo además, penetrar todo lo posible en el interior de Jaén para controlar la carretera y el ferrocarril que comunicaba con Madrid.

La ofensiva se preparó entre tres frentes, de un lado contener a los republicanos en Espiel y Cerro Muriano, de otro estabilizar el frente de Baena y finalmente que la columna Redondo avanzara desde Espejo hasta Córdoba para adentrarse hacia Cañete y Villa del Río, a un paso de Lopera, donde se libró la batalla definitiva. Tras la marcha de Franco y sus tropas hacia Madrid vía Extremadura, y siguiendo los planes de Mola, que instigaba las plazas del Norte, el valle del Guadalquivir quedó relegado a una zona sin interés, solamente los fines esgrimidos por Queipo hicieron que sus efectivos rebeldes obtuvieran permiso para continuar en Andalucía.

Ante el inminente progreso de las tropas del Comandante Redondo, las autoridades republicanas deciden cortarles el paso en Villa del Río. Acudieron con un pequeño contingente que se encontraba en Andújar. En este punto empezaron a fraguarse los errores de los mandos republicanos que arrojaron un trágico balance de muertos y episodios sangrientos, como el de Villa del Río. La orden de ocupar el Monte del Telégrafo hizo que en la retaguardia de esta posición quedase el Guadalquivir, con un único puente para cruzarlo, a dos Km. de dicho emplazamiento. En caso de que las tropas no pudiesen contener el ataque frontal, los republicanos quedarían encerrados en una trampa mortal, al no poder vadear el río, como así sucedió. Redondo orquesta una táctica envolvente sobre Villa del Río, acometiéndola desde Pedro Abad y Bujalance, por lo que los milicianos, desconcertados empiezan de replegarse, sin tener muy claro aún hacia donde, pues los insurgentes brotaban de entre los olivares por doquier. Las compañías milicianas quedan desarboladas e incomunicadas por la ágil caballería Requeté que con supremacía desmantela las posiciones artilleras.

A última hora del día la situación no deja lugar a dudas, había que replegarse y huir hacia Montoro, pero el Guadalquivir les corta el paso. En mitad de la noche las tropas intentan construir balsas y artefactos para cruzar pero el fuego enemigo se les echa encima. Algunos logran huir tras intentar cruzar por una central hidroeléctrica situada a 4 Km. de Villa del Río, pero es una tarea insidiosa. Finalmente deciden llegar hasta Montoro donde efectivamente había un puente. El contingente que quedó de milicianos no esperaba que el puente estuviera bien protegido con soldados franquistas. Allí se dejaron la vida los que intentaron cruzar. Otros desesperados lo hicieron a nado, mientras los demás deambulaban por los olivos, esperando al alba, entre metralla silbando cerca de sus cabezas, con frío y solos en la noche, matando el hambre con amargas aceitunas cogidas del mismo olivar. De los 600 hombres que compusieron esta avanzadilla, solo sobrevivieron 160.

El General Monje da la orden de cortar el paso a toda costa a las tropas del comandante Redondo. Para ello, Lopera y Porcuna se consideran ahora de especial relevancia. En la Navidad del 36 los batallones 9, 10, 12 y 13 de la XIV Brigada Internacional llegan a Andújar desde Albacete, donde han recibido una instrucción exprés en apenas unos cuantos días. Las Brigadas Internaciones estaban compuestas por gentes de muy distinta procedencia. Desde comisarios políticos, intelectuales, voluntarios, sindicalistas hasta aventureros y veteranos combatientes. Todos con diferentes nacionalidades, diferente idioma y en la mayoría de los casos sin más experiencia y formación que sus deseos de combatir al fascismo. En la base de Albacete se les dota de un variopinto armamento que nunca han utilizado y la instrucción planificada en dos meses, se precipita por el devenir de los acontecimientos, sobre todo en Andalucía.

Para la contienda de Lopera se envió a la XIV Brigada Internacional, denominada “la Marsellesa” comandada por el General Walter, un experimentado militar que ya había participado en la revolución rusa. Cada batallón de los tres que conformaba la Brigada (el 9º batallón participó en Villa del Río, no en Lopera) comprendía unos 600 hombres más un escuadrón de caballería, una batería de artillería y una unidad de ingenieros y zapadores. El 12º Batallón contaba en sus filas con los poetas ingleses Ralph Fox y John Cornford, Éste último era biznieto de Darwing, siendo ambos fervientes activistas del movimiento obrero en Inglaterra. Tras el desastre de Villa del Río ocurrido el mismo día de Navidad, los insurgentes que habían tomado con menos esfuerzo del que esperaban esa plaza, dudan si avanzar por la carretera general hacia Andújar para asentar posiciones más interiores en terreno enemigo. Pero se topan con algunos destacamentos de tropa republicana y deciden retroceder.

La confrontación estaba servida y ambos cuerpos preparan su estrategia. El General Walter decide explorar el terreno, ya que no contaba con cartografía, ni apoyo aéreo y para ello envía varias patrullas de caballería para reconocer lo que será el teatro de operaciones, el olivar entre Villa del Río y Lopera. Le comunican que ésta última localidad está prácticamente vacía y libre de enemigos, pero extrañamente no da la orden de tomarla y ocupar así, los enclaves más ventajosos. Walter no tomó ninguna determinación tras el regreso de sus patrullas, quizá temeroso de precipitarse y provocar otra tragedia como la de su 9º Batallón.

El día 26 continúa reconociendo el terreno mientras el resto de tropas se va reagrupando en la estación de Marmolejo. Desde la carretera Madrid – Cádiz observa el entorno de Lopera y decide enviar a una avanzadilla al cerro de San Cristóbal, lugar ventajoso donde más tarde se desarrollará la acción. Por su parte las tropas del Comandante Redondo marchan hacia Lopera por la misma carretera procedentes de Villa del Río encontrándose con la población desguarnecida, por lo que toman posiciones y ocupan el pueblo. Únicamente les ofreció resistencia el pequeño destacamento del cerro San Cristóbal, al cual es desalojado por la caballería de Ceuta. Sin perder tiempo Redondo ordena traar una línea de trincheras en la parte Norte y Este, a la vez que se distribuyen los efectivos y se establece la Comandancia, la Plana Mayor, Cuarteles y Hospitales en las diferentes viviendas del pueblo.

Walter contrariado, se percata al día siguiente de que Lopera ha sido tomado y finalmente le llega la orden de pasar a la ofensiva. Con los tres batallones de la XIV BI se adentra hacia la batalla por la misma nacional, que tan sólo un día antes habían utilizado los hombres de Redondo. Pero los republicanos no gozan de la misma organización de la que hacen uso los insurgentes. Los camiones para el transporte son insuficientes y muchas compañías han de hacer el trayecto a pie, desperdigándose por caminos y cortijos y desviándose del objetivo. En concreto una compañía del 12º Batallón que contaba además en sus filas con Ralph Fox y John Cornford, se desplaza a pié dando un rodeo hasta las inmediaciones de Villa del Río, para volver de nuevo hacia el cruce de la carretera general Madrid – Cádiz con Lopera, todo por campo a través y con el fuego de la retaguardia de los hombres de Redondo silbando sobre sus cabezas. Al mando estaba el Capitán Nathan el cual decide avanzar en escuadrones formando un rombo con las secciones que conformaban la compañía. Finalmente las tropas consiguen reagruparse y la Plana Mayor establece posiciones para la ofensiva. Se escoge para ello, como centro de operaciones la carretera de Andújar, la cual estaba flanqueada por los cerros del Calvario y San Cristóbal, ambos tomados por las tropas de Redondo. En aquel año además, había grandes cultivos de cereales con tierras calmas, por lo que ofrecía una excelente visibilidad de todo el que se adentrara por ahí. El terreno se mostraba sumamente desventajoso para la Brigada Internacional y la defensa de Lopera se presentaba como una tarea fácil para las baterías y tiradores del bando nacional, que dominaban desde las alturas, el camino de entrada al pueblo escogido por los republicanos.

Como se mencionó más arriba, los batallones 10º, 12º y 13º contaban con unos 650 hombres cada uno, más las secciones auxiliares, con un total de unos 3.000 combatientes del lado republicano, con más de 19 lenguas distintas habladas por sus integrantes. La Columna Redondo organizada desde Villa del Río contaba con cerca de 4.000 efectivos, con gran cantidad de profesionales entre sus filas, tercios, tabores y regulares experimentados en el combate y magistralmente dirigidos con tácticas bien definidas y sincronizadas.

El 27 de diciembre comienza el asedio a Lopera, con una incursión de infantería reforzada por blindados ligeros, de manera semioculta a través de los olivos. Pero los requetés les estaban esperando perfectamente parapetados en sus trincheras y consiguen repelerlos junto con el apoyo de los regulares. Hacia las cuatro de la tarde, se ordena que todos los batallones entren en acción, tomando como referencia el arroyo de Las casillas y el cerro del Calvario, lo que supuso otro grave error, pues el terreno es accidentado con continuos cortados, sin vegetación y con subidas constantes, lo que dificultaba el avance del armamento pesado por parte de la infantería, lo que propició que muchos soldados abandonaran las placas y piezas de las ametralladoras. La orden nefasta de marchar unidos, facilitó además el blanco del fuego enemigo, pues los brigadistas se concentraron en muy pocos metros cuadrados mientras avanzaban juntos. La aviación de los nacionales comenzó a instigar el avance republicano en este momento. Walter dispuso a sus batallones en forma de cuña abarcando de Norte a Este, es decir desde la nacional Madrid – Cádiz hasta la que enlaza Lopera con Porcuna prácticamente, pero nadie sabe porque no dispuso del 10º Batallón. Quizá lo dejó en retaguardia para tareas de apoyo en función del desarrollo de la contienda. Los insurgentes apostaron al requeté para contener a los batallones y reservaron a los regulares para la defensa de la localidad, pero Redondo rectificó a tiempo y envió a éstos en apoyo del requeté, cuya ayuda resultaría determinante.

En plena batalla la compañía irlandesa del 12º Batallón consiguió tomar una posición elevada muy próxima al cerro del Calvario, por lo que los requetés retrocedían. Tenían a la vista las casas del Pueblo, pero estaban en un fuego cruzado que les venía desde el cerro del Calvario y les estaba produciendo muchas bajas. La aviación apoyaba constantemente y el nerviosismo empezó a propagarse entre los brigadistas. Las ametralladoras empezaban a encasquillarse, algunas compañías se desperdigaban por las cañadas y se necesitaba un enlace telefónico con el mando para dirigir los movimientos, ya que esta compañía no tiene certeza de lo que está pasando en otras posiciones. Para colmo, la artillería republicana, mal colocada, se muestra poco efectiva y sin capacidad de operar al estar algo alejada. Los demás batallones solo pueden apoyar a esta compañía ya que no tienen visibilidad con los montículos que rodean la zona y temen disparar a sus propios compañeros.

Las restantes compañías del 12º Batallón avanzan y retroceden perdiendo hombres a cada movimiento intentando secundar y reforzar la posición de la compañía irlandesa audazmente dirigida por el Capitán Nathan. Éste decide realizar un despliegue definitivo hacia el pueblo y ordena a los granaderos que abran paso, mientras que las ametralladoras barrerían el camino ante el avance de la infantería. Pero el armamento se encasquilla y los hombres lanzados en vanguardia quedan sin apoyo. La operación se cancela y se ordena el repliegue, cerca ya de las once de la noche.

Fue en ese momento cuando murió Ralph Fox, al intentar llevar un mensaje a una avanzadilla inglesa que se encontraba en una situación comprometida. Al no contar con enlace telefónico, los soldados tenían que ir ellos mismos, entre el fuego enemigo a llevar los mensajes con las nuevas directrices. En esta ocasión Ralph corría a decirles que mejorasen el emplazamiento de una ametralladora, pero había que cruzar fuego enemigo y éste le alcanzó. Él mismo se presentó voluntario para esta tarea, siendo abatido en tierra de nadie sin que se pudiera recoger el cuerpo. Con el amparo de la noche profunda se le encomendó a un soldado que tratara de recuperar sus pertenencias y así certificar su muerte. Éste lo consiguió, regresando con un cuaderno de notas y una carta. Pero el cadáver quedó allí junto a tantos otros.

Esa noche los médicos y camilleros trabajaban incesantemente ante la gran cantidad de heridos que hubo por ambos bandos, pero sobre todo del lado republicano. Al día siguiente vuelven a la carga los batallones 12º y 13º mientras que Redondo empieza a instigar al flanco Norte para así descongestionar la zona central de la batalla. Durante todo el día las brigadas consiguen hacer retroceder a los requetés pero no consolidan las posiciones, por el fuego cruzado que les arreciaba, por lo que la contienda es un continuo avance y retroceso con multitud de bajas en cada movimiento. Ese día muere el poeta John Cornford, ya que pretendió recuperar el cuerpo de Ralph siendo abatido al estar en una zona sumamente peligrosa. Una patrulla manifestó reconocer ambos cadáveres uno junto a otro, pero nunca se recuperaron los cadáveres y esta información no está contrastada. Otros afirman que John murió en un ataque de la aviación, siendo ésta la posibilidad más plausible.

La muerte de ambos intelectuales impulsa nuevos ánimos a las tropas republicanas y ahora más que nunca deciden tomar Lopera. Pero sin apoyo aéreo y con la artillería errando los tiros y la infantería expuesta continuamente a fuego cruzado, el avance es imposible. Finalmente se ordena que la 10º Batallón entre en acción y consiguen acercarse a posiciones cercanas al cerro San Cristóbal, pero la falta de morteros y granadas hacen que tampoco se consoliden estos logros. El cansancio hace mella en ambos contendientes, pero los hombres de Redondo instalados en las viviendas del pueblo cuentan con más comodidades y descansan en mejores condiciones.

El día 29 Queipo de Llano, consciente de la importancia de consolidar la zona, ordena tomar Porcuna y establecer así un bastión fuerte. Una nueva columna sale de Villa del Río para acompañar a Redondo con una parte de sus efectivos hacia Porcuna. Pero en el trayecto se suceden numerosos enfrentamientos y hasta bien entrada la noche no consiguen llegar a Lopera. Los republicanos que había apostados en Porcuna se percatan de que se acercan las tropas insurgentes e inician un bombardeo sobre su vecina Lopera. Este empuje de nuevas tropas desde Porcuna, unido a la rabia contenida tras los acontecimientos de los días anteriores, hizo que un tramo de la nacional Madrid – Cádiz estuviera en manos republicanas, por lo que la comunicación con Córdoba quedaba cortada, se consiguieron tomar algunas colinas muy cerca de Lopera y tenían en sus manos entrar prácticamente ya en la localidad. Redondo por su parte tenía en su mano tomar Porcuna, pero hábilmente decidió desprenderse de los requetés de Huelva y ordenar regresar a Lopera para reforzar la extenuada defensa, ante el inminente asalto de los republicanos. Volvieron bayoneta en mano y atacando a la desesperada, por una posición que nadie esperaba, el flanco Sudeste, prácticamente a la espalda de los brigadistas. Este ataque fue el golpe mortal a una ya desmoralizada tropa, que vio como nuevamente tenía en su mano tomar Lopera y una vez más debía abandonar posiciones dejando tras de sí un campo lleno de compañeros atravesados por las bayonetas de los requetés. Las tropas enviadas por Redondo, más las que llegaron de Villa del Río para dirigirse a Porcuna, engrosaron y dieron frescura a un contingente demasiado fuerte ya en Lopera.

Cundió el desánimo, el cansancio y la impotencia. Estos hechos unido a las numerosas bajas fueron el detonante para que se ordenara el repliegue definitivo hacia Arjonilla y Arjona, a la espera de nuevas instrucciones. El balance, difícil de estimar, se calcula en un 30% de bajas sobre el total de la XIV Brigada Internacional, lo que supone unos 800 muertos y más de 500 desertores. En el bando franquista alrededor de 100 bajas y algo más de esa cantidad de heridos. En la madrugada del 30 de diciembre, finalizaron los enfrentamientos quedando relegados a pequeñas escaramuzas sin importancia. Los dirigentes republicanos conscientes del peligro que suponía la toma de estas posiciones por parte de Redondo, decide enviar a la XVI Brigada Internacional a Torredonjimeno y Arjona para reforzar la línea defensiva sobre Jaén.

Los enfrentamientos duraron hasta el febrero del 37, durante los cuales se sucedió la tónica general de avance y retroceso de la tropa republicana ante la sólida defensa que hacía Redondo de Lopera y Porcuna, ya en sus manos. La XIV BI fue reorganizada continuando Walter a su mando. Algunos de sus mandos fueron juzgados por inoperancia o traición a la República, y el Capitán Nathan, sin duda uno de los que mostró más bravura durante la batalla de Lopera, murió meses más tarde en Brunete, al ser alcanzado por un proyectil de la aviación.

El nuevo mapa que se configuraba en Jaén le otorgaba a la provincia una de las posiciones más problemáticas y difíciles de toda la geografía española. Al Oeste quedaron asentadas las plazas de Lopera y Porcuna por parte del ejército insurgente. A estas se les unió la localidad de Alcalá la Real tras la toma de Málaga por Queipo de Llano, por lo que la provincia de Jaén que fue la primera en adherirse a la república y una de las últimas en caer (cayó un 29 de marzo y el fin de la guerra se proclamó un 1 de abril de 1939) vio como su territorio tenía dos frentes abiertos de manera permanente. Por si tener dos frentes, uno al Oeste y otro al Sur, fuera poco, contaba además con una población insurgente en Andújar, los Guardias Civiles del Santuario, los cuales estuvieron recibiendo apoyos de la aviación durante nueve meses, por lo que la amenaza de un bombardeo sobre la población, siempre estaba presente.

El hecho de tener estos frentes abiertos durante más de tres años, propició que muchos de los habitantes de las zonas limítrofes de las zonas en conflicto, se adentraran en territorio enemigo, en plena noche bien a causar daños materiales a los contingentes rebeldes o bien a intentar rescatar prisioneros capturados en los diferentes enfrentamientos que se producían. A estos muchachos se les conoció como los “niños de la noche.”

Lo cierto es que desde Córdoba, la aviación del ejército insurgente realizaba incursiones en suelo republicano, bien para abastecer a la población del Santuario o para apoyar los frentes estabilizados en Jaén, Granada y Málaga, por lo que el ejército republicano decidió bombardear en la ciudad califal determinados cuarteles y los talleres de La Electromecánica, lugar donde se fabricaba la munición y que estaba cerca del aeródromo, a fin de poner de dificultar tanto los vuelos de apoyo como hostigar a la retaguarida. Queipo de Llano como represalia, decidió bombardear a la ciudad de Jaén, sin previo aviso, con la doble intención de vengarse del castigo sufrido en Córdoba y de paso amedrentar a una población que se resistía a entregarse a la causa sublevada.

A las cinco y veinte de la tarde, seis trimotores aparecieron por las Peñas de Castro, tras rodear Jabalcuz, en formación de dos cuñas de tres aviones. Realizaron una sola pasada sobre la capital. La hora permaneció marcada en el reloj de San Ildefonso durante mucho tiempo. Al parecer esta iglesia debió de servir de referencia para los pilotos cuyos aviones ocuparon una extensión de unos 200 m. de cielo sobre este barrio. Todas las calles de alrededor notaron los efectos del fuego y la metralla que descargaron los aviones nacionales. desde la Fuente Don Diego hasta la calle Virgen de la Capilla, numerosos edificios y viviendas quedaron devastadas.

Nadie dio ningún aviso porque fue un acto inesperado. Los aviones pillaron a las gentes de Jaén realizando sus labores diarias, en sus casas, paseando y trabajando. Especialmente dolosas fueron las bombas caídas en la Calle Olid las cuales causaron nueve víctimas mortales, las de la calle Batería que provocó la muerte de una madre y sus tres hijos y especialmente grave fue la que impactó en la calle Federico de Mendizábal, donde se congregaban varias decenas de personas a la espera de comprar carbón, cobrándose veintidós víctimas mortales. Los cadáveres se fueron depositando en una habitación del cementerio habilitada a tal efecto, mientras gran parte de la población huyó al cerro de Santa Catalina y huertas del contorno. Miguel Hernández que estaba en Jaén como periodista en esos días se exasperaba ante la actitud de muchos giennenses que corrían a refugiarse bajo los olivos en vez de mantener una postura más activa. Finalmente Queipo de Llano en su emisión nocturna a través de Radio Sevilla manifestó: “…sepan los rojos que en lo sucesivo, siempre que bombardeen una población se les contestará de la misma manera.”

Sin tiempo que perder, la ciudad se preparó para posibles bombardeos posteriores. Se constituyó una comisión para acometer la construcción de refugios antiaéreos y en tan sólo cinco días los arquitectos presentaron sus proyectos, iniciándose las obras para seis refugios situados en las plazas de la Magdalena, Merced, Martínez Molina, Santiago, San Juan y San Ildefonso. La ciudad se dotó de dos sirenas para avisar en caso de peligro y se desmontó el órgano de la Catedral para que sus tubos de mayor diámetro fueran colocados en una de las torres de la Catedral y en el castillo de Santa Catalina, a fin de simular cañones antiaéreos.

Si cruel fue este bombardeo, no menos inhumano fueron las represalias que se llevaron a cabo nada más terminar de recoger cadáveres y escombros. Desde el día siguiente hasta el 7 de abril se practicó una denominada saca de presos, hasta completar un total de unos 160 hombres, estimando que esos fueron los que murieron en el bombardeo, se trasladaron a Mancha Real y se ejecutaron, fusilándolos en la tapia del cementerio. No fueron éstas, las únicas ejecuciones que el Gobierno legítimo llevó a cabo en Jaén, es justo traer a la memoria el terrible episodio de los dos trenes de la muerte que salieron de Jaén, a primeros de agosto, con los presos que se hallaban en la Catedral, que por aquel entonces, se convirtió en prisión, con destino a las estaciones de Vallecas y El Pozo, donde alrededor de 400 personas fueron ejecutadas en un terraplén próximo al andén, entre ellas el Obispo Manuel Basulto. Algunos consiguieron escapar en el preciso momento que bajaban del tren, pero la mayoría fue apresada y conducida a la Modelo de Madrid. Posteriormente y siguiendo la irracionalidad que supuso esta guerra, las acciones de venganza se sucederían durante los más de 30 años de dictadura.

Fuente: Pantoja, V. A., & Pantoja, V. J. L. (2006). La XIV Brigada Internacional en
Andalucía: La tragedia de Vila del Río y la Batalla de Lopera
. Diputación Provincial de Jaén.

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